Gonzalo Brito: "El cultivo de la compasión debería constar en el currículo de toda profesión que implique la relación con otros"

Mar 23, 2016

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Por María Arango
Gonzalo Brito Pons es Psicólogo Clínico por la Pontificia Universidad Católica de Chile y doctor en psicología del Instituto de Psicología Transpersonal (Palo Alto, EEUU). Instructor certificado y supervisor para el programa de ‘Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión’, de la facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Actualmente desarrolla su trabajo en Granada, tanto en psicología clínica como en  programas basados en mindfulness y compasión.
 Ponente en el Congreso Internacional de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, Secpal 2016, nos hablará en Sevilla el próximo sábado 14 de Mayo del Cultivo de la Compasión.

  • La compasión, por su acepción general, puede resultar un término confuso, relacionado con sentir lástima o pena por los demás, ¿cómo lo explicaría dentro de la psicología?

 La compasión es el reconocimiento del sufrimiento cuando está presente (en vez de la evitación o negación del sufrimiento) unido al deseo genuino de intentar aliviarlo y prevenirlo. En este sentido, en la compasión hay dos aspectos centrales interrelacionados: el primero consiste en la sensibilidad y apertura al sufrimiento, y el segundo es la  motivación a hacer algo al respecto.
 La verdadera compasión no es lástima, ya que en la lástima existe un diferencial de poder. Si te miro con lástima no veo (ni te ayudo a que veas) tus propios recursos y te sitúo en una posición de dependencia en la cual pierdes tu dignidad, lo cual va a perpetuar, en vez de aliviar, tu sufrimiento a largo plazo. La compasión busca el real alivio del sufrimiento.

  • ¿Cómo complementa a otros aspectos del mindfulness?

 La compasión no es un aspecto de mindfulness sino que, al contrario, mindfulness –nuestra capacidad de prestar atención al momento presente, a nuestras experiencias internas y externas sin juzgarlas- es una condición para la emergencia de  la compasión. Tiene que ver con el primer aspecto que nombraba antes, la sensibilidad y apertura al sufrimiento. Si no presto atención a la experiencia, es decir, si no cultivo mindfulness, no voy a ser consciente del sufrimiento cuando esté presente (ni de la alegría, o la paz, o la ira, o de cualquier otra experiencia), por lo tanto no puede surgir la respuesta compasiva.
Tanto en el trabajo con pacientes como en nuestra vida diaria el primer gesto compasivo consiste en ver realmente al otro y reconocerlo en su humanidad. Y a menudo esa cualidad de atención en sí misma, ese reconocimiento de humano a humano, es capaz de aliviar una buena parte de sufrimiento.

  • ¿Qué beneficios emocionales puede generar esta actitud en los profesionales de los cuidados paliativos?

 La compasión es fundamental en el ámbito de los cuidados paliativos, y es importante tomar en cuenta que cuando hablamos de compasión hablamos en tres direcciones o flujos interdependientes: ofrecer compasión a los demás; saber recibir la compasión de los otros; y poder ofrecernos auto-compasión, que es la capacidad de relacionarnos con nuestro propio sufrimiento con empatía, cuidado y con la motivación de ayudarnos a nosotros mismos en vez de hundirnos en auto-críticas, que es lo que muchos hacemos precisamente en momentos difíciles.
Los profesionales de paliativos tienden a dar mucho de sí pero, en general, no están entrenados en recibir compasión de los otros ni para ofrecerse amor y compasión a sí mismos. Y cuando enfrentamos este escenario, encontramos a muchos profesionales quemados por su trabajo, ya que cuando no sabes recibir de los otros ni cuidarte bien, tu dar va a ser limitado. Las investigaciones nos dicen que cuando estás empatizando todo el día con el dolor ajeno y no tienes herramientas para nutrirte, el cuerpo y la mente se agotan.
Sin embargo, la compasión (y no la mera empatía) actúa como factor protector en quienes lidian con el sufrimiento humano. Para el cerebro, la verdadera compasión es como comer un buen chocolate: activa las zonas de recompensa en el cerebro sin dejar por eso de resonar y comprender el dolor del otro.

  • ¿Y en paciente al final de su vida y los que le rodean?

Para los pacientes y los familiares de cuidados paliativos, contar con un equipo  de salud presente, cercano, empático y compasivo supone un alivio tremendo en la experiencia que están viviendo.
Hoy en día sabemos que  la actitud de los profesionales tiene el poder de aumentar o disminuir el dolor en los pacientes y la angustia en los familiares. En este sentido, el desarrollo de ‘culturas compasivas’ en los equipos de salud es una situación donde todos ganan: disminuye el estrés y burnout de los profesionales, mientras los pacientes y familiares reciben el trato humano que merecen y necesitan.
 Incluso visto desde una perspectiva meramente tecnócrata, la investigación nos dice que la construcción de culturas de cuidado y compasión en los espacios de trabajo, en particular en los servicios de salud, es la mejor opción en costo-efectividad, ya que se maximizan los recursos personales y relacionales.
Por ejemplo, hay investigaciones que muestran que los pacientes paliativos tratados desde un enfoque compasivo (versus tratamiento estándar) disminuyen a la mitad sus síntomas depresivos, tienen una mayor supervivencia media, tienen un final de la vida menos agresivo y el costo de su atención es más reducido.

  • ¿Cuáles son las bases del programa de ‘Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión’ que desarrolla actualmente en Granada?

 El ‘Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión’ es un programa que integra las prácticas contemplativas tradicionales con la psicología contemporánea. Fue desarrollado en el Centro de Investigación y Educación para la Compasión y el Altruismo de la escuela de Medicina de la Universidad de Stanford por un equipo de contemplativos, psicólogos clínicos e investigadores interdisciplinarios.
La motivación para crear este programa surge precisamente de la observación de que la formación en medicina y el trato a los pacientes se estaba deshumanizando, afectando tanto a los equipos profesionales como a los pacientes.
El programa se basa en prácticas contemplativas que originalmente provienen del Budismo, pero que están adaptadas a un lenguaje plenamente secular, de tal manera que el entrenamiento es aplicable y beneficioso para personas con diferentes trasfondos culturales y creencias religiosas. Esto tiene sentido porque entrenamos cualidades básicas y universales del ser humano: la presencia, la empatía, la compasión y el altruismo.
Personalmente, he enseñado este programa a personas de cinco países y en contextos tan diversos como hospitales, escuelas o centros de meditación. Me he dirigido al mismo tiempo a profesionales, amas de casa, ateos, monjas católicas, practicantes budistas, etcétera, y todas las personas parecen beneficiarse de ampliar y cultivar estas cualidades básicas del corazón humano.
En el programa, la perspectiva contemplativa se complementa con lo que sabemos actualmente de la psicología y la neurociencia de mindfulness: empatía y compasión. Su estructura es un proceso gradual donde se parte de lo más sencillo (la compasión hacia los seres queridos) hasta lo menos intuitivo (la compasión universal, incluyendo a las personas difíciles), pasando por la compasión y el amor a uno mismo. La investigación sobre los efectos sugiere que este tipo de entrenamientos tiene un impacto potente en la vida y en el trabajo de las personas.

  • ¿A quién va dirigido?

Este programa está dirigido a cualquier persona que desee cultivar la compasión hacia sí misma y hacia los demás, incluyendo a padres, cuidadores, educadores, profesionales y técnicos de la salud; terapeutas, servidores públicos y personas en una amplia gama de profesiones y contextos vitales. Diría que el entrenamiento en compasión es algo que debería enseñarse como parte del currículo de cualquier profesión o trabajo que implique relacionarse con otros. Es importante aclarar que no requiere experiencia previa en meditación.

  • ¿Existe en España un conocimiento adecuado de este tipo de entrenamientos? ¿Ve necesaria más implicación de las instituciones en formación y concienciación social?

En España, la gente y las instituciones comienzan a abrir espacios para este tipo de intervenciones. He llegado a este país hace sólo un año y medio y he podido ver que existe una silenciosa revolución de la conciencia en los ámbitos de la salud y la educación: dos importantes aspectos en los que lo que hacemos y cómo lo hacemos depende de la visión del ser humano que tengamos.
Esta revolución parece estar motivada por la necesidad sentida de re-humanizar nuestra mirada.
En educación, por ejemplo, tanto los estudiantes, como los padres y los profesores están agotados por enfrentarse a un sistema deshumanizante basado en constantes evaluaciones y deberes. Es como si corrieran sobre una cinta transportadora sin fin ni sentido.
En salud, tanto los profesionales como los pacientes y los familiares comienzan a estar hartos de tratarse y ser tratados como conjuntos de síntomas y de números en estadísticas. Más y más profesionales de la salud expresan la necesidad de re-humanizar su labor y su relación con los pacientes y entienden que en el proceso necesitan cambiar su relación consigo mismos. Y en este sentido, los profesionales de paliativos que he podido conocer en este tiempo me han parecido particularmente inquietos y pioneros, como es el caso de Enric Benito y Emilio Herrera, por nombrar un par.

  • ¿Qué son las ‘comunidades compasivas’?

El movimiento de ‘comunidades compasivas’ ha surgido en el Reino Unido con la idea de facilitar un cambio cultural en la manera en que comprendemos y nos relacionamos con el proceso de morir. Cuando una comunidad se organiza como una comunidad compasiva, ésta se prepara para apoyar a las personas que están muriendo, implicando en este cuidado y atención a la familia, los vecinos, las organizaciones sociales y las empresas locales.
Es un movimiento muy interesante porque revierte  la concepción actual en la que la muerte es un tabú, algo que se mantiene fuera de la mente colectiva -la cultura-, algo a esconder y a experimentar en privado y en solitario, algo de lo que el sistema sanitario debe ocuparse. Así, mucha gente muere de una manera distinta a la que preferiría.
Por ejemplo, aunque gran parte de las personas optaríamos por morir en casa junto a seres queridos y sin ser expuestos a intervenciones agresivas para mantenernos con vida, lo cierto es que la mayoría de las personas muere en los hospitales.
 Aunque los profesionales de cuidados paliativos son muy importantes en las ‘comunidades compasivas’, en ellas se amplía el foco desde lo asistencial-sanitario a lo social-comunitario, especialmente si la persona desea morir en casa. Los distintos agentes sociales involucrados en una ‘comunidad compasiva’ ayudan a cuidar de la persona que está muriendo a través de pequeños actos compasivos, ayudándole a morir bien y a la familia a sobrellevar el duelo.

  • En el contexto actual, ¿cree que la interiorización de la compasión para afrontar las situaciones se hace aún más necesaria?

La compasión es una actitud existencial y una motivación que puede organizar nuestra percepción de realidad y nuestra manera de influir sobre ella de la manera más constructiva posible. Precisamente en los tiempos en que vivimos, cuando sabemos que nuestra vida y nuestro destino está entrelazado profundamente con las vidas y los destinos de todos los demás, ya no podemos asegurar nuestro propio bienestar futuro sin velar también por el bienestar de los demás. Actualmente sabemos, por ejemplo, que las sociedades más desiguales y con una mayor brecha entre ricos y pobres son más peligrosas, incluso para los más ricos, que las sociedades más igualitarias y en las cuales los derechos básicos de todos son respetados.
El Dalai Lama, uno de los expertos mundiales vivos más importantes en el tema de la compasión, suele decir:

«La compasión no es un asunto religioso, es un asunto humano; no es un lujo, es algo esencial para nuestra propia paz y estabilidad mental, es esencial para la supervivencia humana.»

 
Web Gonzalo Brito Pons: Cultivar la Mente

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