La musicoterapia no considera que la música en sí misma sea una vía de curación aunque, cada vez más, científicos, profesionales de la salud, psicólogos y musicólogos empiezan a constatar los efectos positivos sobre el paciente en el final de su vida.
Diversos estudios y experiencias con enfermos constatan que su aplicación va encaminada a mejorar la comunicación interpersonal, algo que incrementa notablemente la calidad de vida. De esta forma, muchos pacientes descubren en la música un camino para liberar sentimientos cuando los tratamientos clínicos convencionales y las prácticas médicas no responden a trastornos emocionales como la ansiedad, la depresión, la baja autoestima o el insomnio.
La música, una vez ha aportado la energía interior, se expresa mediante diferentes vías. Se recomienda, no obstante, que ésta sea alegre y relajante. La labor de los expertos es precisamente encontrar ese equilibrio.
Por ejemplo, igual que los tiempos rápidos generan vigor, los ritmos lentos inducen a la serenidad. Hay acordes que se asocian al reposo; los tonos mayores incitan a la extroversión, las notas agudas ayudan a modular el cansancio y la intensidad determina el comportamiento. Y, por supuesto, los silencios también ejercen su función.
El psiquiatra argentino Rolando Benezon es considerado uno de los padres de la musicoterapia, una práctica que, a día de hoy, ha adquirido ya su estructura y protocolos.
Benezon observa que el musicoterapeuta puede llegar a ser el último profesional que acompañe al paciente hasta su muerte: “allí donde médico y enfermero no poder hacer más, él se puede seguir comunicando con el enfermo a través de una terapia no verbal”.
Según el doctor, músico y compositor, la música crea un vínculo contextual en el que influyen factores como los gestos, la temperatura o el tacto. De hecho, afirma, “cuando un paciente está en coma se comunica especialmente por la piel”.
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Foto: filosofiayeducacion.ucv.cl