Entre las actitudes humanas imprescindibles para que la sociedad avance, se creen lazos de colaboración y se fomente la cohesión social están el altruismo, la solidaridad, el compromiso y la humildad. La acción voluntaria es para muchas personas algo que fortalece la personalidad, la capacidad de ayuda y nos prepara para valorar las cosas que realmente importan.
En cuidados paliativos, el motor de estas iniciativas es acompañar y reconfortar al paciente al final de su vida. Los que han tomado este camino, son sensibles a la visión de esta labor no sólo como fuente de satisfacción del propio voluntario, sino también como una lucha constante, en la que el paciente se siente acompañado y aliviado en gran parte por la esencia misma de nuestro objetivo.
De hecho, de ahí nace el sentido y el éxito final del cuidado como una decisión consciente. Muchos se muestran convencidos, además, de que cuando parece que todo está perdido, todavía hay mucho que esperar.
Existe toda una red de voluntarios que cuida y acompaña a personas que afrontan el final de sus vidas. Realizan una labor inmensa y llena de amor y ganas de aportar. Y lo hacen en un contexto en el que han quedado patentes la escasa cobertura asistencial, la falta de recursos humanos y la necesidad de mejorar la acreditación profesional.
El XI Congreso Internacional de Cuidados Paliativos de la SECPAL en Sevilla, donde muchos voluntarios compartieron sus experiencias, nos ha dejado el testimonio de una mujer inmersa en el movimiento de voluntarios de cuidados paliativos, Amparo Carmona Casado.
Sevillana de 58 años, perdió a su hijo cuando tenía 18 años, víctima de un sarcoma de Ewing. Al morir su hijo Jesús, se hizo voluntaria. Hoy día, está segura de que “no es verdad que no se pueda hacer nada cuando alguien va a morir”.
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